Una vez más, el local estaba vacío, antes de que -reafirmándose mi teoría- se llenara de gente por nuestra causa. Según acordó, en cuanto llegáramos empezaría una nueva masa -zurullo para los amigos- chocolate con naranja, casualmente mi masa preferida.

Parece increíble como la masa líquida, desparramada por la mesa, va fraguando bajo la tutela de Mich: una vuelta, y otra, estira, recorta, monta de nuevo sobre la masa, vuelte a estirar, recortar, montar de nuevo, así sucesivamente hasta que tenemos nuestro zurullete. Ni que decir tiene que parece que las manos le vuelan mientras la amasa. Cuidado con los sweet teeth: os derretiréis de ver esa masa caoba deslizarse por la pala del maestro, precipitándose al blanco mármol suave y melosamente una y otra vez. Parecía que en cualquier momento,
Mich modelaría alguna forma en la mesa, algún angelito o algo parecido, con tal de agasajar a su público que cada vez era más numeroso. Iba comentando la jugada a cada momento, sin perder su concentración, y nisiquiera necesitaba usar su potente empatía: todos mirábamos extasiados cómo poco a poco esa masa chocolateada se parecía más y más a las porciones que vendía en su límpido escaparate.
Una vez la masa tiene la consistencia apropiada, comienza a montar el largo zurullete por toda la mesa, sobre el cual le esparce las virutas de naranja. -"Yo no tengo el diente dulce"-explica Mich-"pero no paro de probar todo lo que hago, no sé si es la causa o el efecto".
Antes de trocearlo nos da a probar a todos; yo casi no pillo cacho por estar con la dichosa camarica de fotos, ya que en ese momento disparaba con ella de frente al público, así que le tuve que pedir delante de todos, con la consecuente ola de risas: "Mich, yo también quiero"- le digo con una mueca, orgulloso de mi don escénico- a lo cual me mira con displicencia antes de sonreírme y darme un cachico. En cualquier caso el cachondeo oleaba por todos, así que fue un rato bastante agradable.
Mientras el más jovencico del equipo ya había salido a la calle a atraer más público. El jodío era guapo para ser un chaval, según el canon norteño de ojos claros, tez pálida y perlo rubísimo que nunca me ha chocado demasiado; pero reconozco que llamaba la atención.
El público era en su mayoría gente joven -no especificaré la edad para evitar que los que no pertenezcan al grupo de edad no se me enfaden- y juraría que la mayoría eran noreuropeos; intuyo, por su hablar cómodo y perfectísimo del inglés -
yo me perdí un par de veces en los tecnicismos de la repostería chocolatera- pero todos sonreían y miraban extasiados. Más allá de clichés, el chocolate despierta pasiones, y el ambiente cambió desde que probaron el resultado de tanto trabajo.
Antes de que acabara la mitad de avalanzó sobre el mostrador, y aproveché para preguntar los nombre del resto del equipo y entrar dentro de la zona privada y echar un vistazo al material, la cocina y el almacén.
En ese momento no llevaba suelto, y temí irme de vacío,pero le prometí que volvería antes de volver a casa a llevarme un buen surtido para mi familia. Desgraciadamente aquella mañana de recados no tuve tiempo, así
que de seguro será el primer sitio que pise al volver a Edimburgo a llevarme lo prometido.
Encontradlos en la web en http://www.fudgekitchen.co.uk/ o en Facebook. Se puede comprar online aunque sinceramente, nunca lo he probado desde España...

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